En un artículo del Dr. Luis Carlos Restrepo (1), titulado “Violencia médica” (2), en el que como él dice “no se trata de la violencia que llena los titulares de los periódicos sensacionalistas, sino de la amplia gama de violencias implícitas, silenciosas, que anida en la dinámica propia de las instituciones”, se narra un suceso que sobrecoge y hace reflexionar, se trata de la patética historia del Dr. Semmelweis y los estragos de la fiebre puerperal.

Hacia 1840, en los grandes hospitales europeos como los de París, Londres, Milán y Viena, existía una gran mortalidad por fiebre entre las mujeres que acababan de dar a luz, (fiebre puerperal), sin que se supiese cómo atajarla. Tanto es así que llegó a alcanzar la cifra de 33 muertes por cada 100 alumbramientos en 1842 en el Hospital de Viena.

Periódicamente se nombraban comisiones para estudiar el fenómeno y “después de sutiles conceptos y sinfonías verbales, se volvía a la grey oficial, como si la enfermedad, por fuerza, hubiera de pertenecer al orden de las catástrofes cósmicas inevitables”.

En una de estas comisiones se llegó a acusar a la leche de ser la causante y el Colegio Médico de París logró que se propusiera al rey, como remedio contra la epidemia, la clausura de todas las maternidades y el destierro de las nodrizas. “Alrededor de la fiebre puerperal todo era incoherente y contradictorio. Ninguna de las soluciones propuestas había dado resultado. Frente al terrible flagelo no parecía existir resquicio de esperanza”.

Así las cosas, en febrero de 1846 es nombrado como profesor ayudante de la Primera Clínica Obstétrica de Viena, Felipe Ignacio Semmelweis, médico húngaro que conseguiría una espectacular reducción en la mortalidad por estas fiebres, gracias a la introducción en la práctica médica de una sencilla medida: el lavado de manos.

Y es que hay que aclarar que, aunque esta simple práctica de higiene nos parece hoy día de sentido común, en aquellos tiempos constituía toda una revolución. Debemos tener en cuenta que aún faltaban 20 años para que Luis Pasteur demostrara la existencia de los gérmenes, microorganismos causantes de las enfermedades infecciosas y todavía algunos años más para que se inventasen las técnicas de desinfección.

Semmelweis observó que, dentro de la rutina hospitalaria, los médicos pasaban directamente de manipular con sus manos los cadáveres en la sala de autopsias, a examinar a las mujeres que estaban a punto de dar a luz. Al mismo tiempo, observa también que las mujeres a las que sobrevenía el momento del parto lejos del hospital y tenían que parir fuera de este, casi siempre se libraban de las fiebres.

Sin tener todavía claro por qué, decide obligar a los estudiantes a lavarse las manos antes de acercarse a las embarazadas y a pesar de que la medida era insólita en aquella época, decide instalar lavabos a la entrada de las salas donde estas se encontraban.

Al día siguiente Semmelweis es fulminantemente destituido. Semmelweis creía que la causa de la fiebre puerperal “eran “las partículas cadavéricas, transmitidas por los dedos de médicos y estudiantes desde los cadáveres hasta los genitales de mujeres encintas, sobre todo hasta el cuello uterino”. Como estas partículas sólo era posible reconocerlas por el olor, de ahí la práctica del lavado de manos, “para desodorar las manos”.

Meses más tarde Semmelweis es reincorporado a la planta del hospital, permitiéndosele poner en práctica la “desodorización”. Al mes siguiente de poner en práctica la medida, la mortalidad desciende al 2,38%, es entonces cuando decide generalizar la práctica del lavado de manos a todo el personal, hubiera o no tocado cadáveres. A la semana siguiente, por primera vez en la historia, la mortalidad por estas fiebres se hizo casi nula.

Y bien, cabría esperar que de alguna forma se reconociese a Semmelweis su labor, pero no, por extraño que parezca la mayoría de sus colegas se mostraron contrarios al nuevo método. El dogmatismo y la inercia pudieron más que las evidencias y Semmelweis es destituido por segunda vez en 1849. Morirá 25 años más tarde, loco y solitario, sin que su labor sea reconocida. Y todavía después de su muerte, deberán pasar 40 años para que su memoria sea rehabilitada.

Dentro de un mes se cumplirán 26 años del anuncio oficial de la llamada “pandemia del Sida”, 23 de abril de 1984 y recordando lo acontecido con Semmelweis, inevitablemente acuden a la mente algunas reflexiones:

-   Después de casi 26 años de “sutiles conceptos y sinfonías verbales”, la impotencia de la ciencia y falta de esperanza en una solución al Sida, que no sea la intoxicación crónica de las personas que han resultado positivas en el test de VIH, son análogas a lo que sucedía con la fiebre puerperal, lo son también las incoherencias y contradicciones, ¿Estamos también ante una “catástrofe cósmica inevitable” o estamos cometiendo también un error básico en nuestra concepción del problema?

-   Al igual que sucedía hace más de 150 años, los médicos hospitalarios se limitan también hoy día a cumplir, de un modo acrítico, con los protocolos vigentes. No parece preocupar demasiado que mueran personas, siempre que lo hagan “dentro del protocolo”. Sigue siendo más conflictivo para un médico hospitalario salirse del protocolo establecido, que la propia mortalidad. De los efectos tremendamente nocivos de un diagnóstico que priva a las personas de su esperanza en el futuro y de los efectos letales de un tratamiento incompatible con la vida a medio-largo plazo, carga siempre con la culpa el virus (3).

-   Lo que lleva a Semmelweis a sospechar la posible causa del la fiebre puerperal es, entre otras cosas, la observación de que las parturientas que no parían en el hospital, casi siempre se libraban de las fiebres. Causa estupor que en nuestros días los médicos especialistas no concedan mayor atención a lo que sucede con los llamados “supervivientes de Sida de larga duración” (4) y con los llamados “no progresores de larga duración”. Parece ser que en su inmensa mayoría estas personas no utilizan las medicaciones “antirretrovirales” y si bien pudieran haberlas usado en el pasado, han abandonado definitivamente su uso. Y es que de la misma forma que las parturientas que parían en la calle se libraban de exploraciones contaminantes, estos supervivientes de Sida, al igual que los que no desarrollan Sida en muchos años, al no tomar los antivirales, se libran de medidas que según lo que los propios médicos aprenden en las facultades, son francamente inmunosupresoras, como son los productos de quimioterapia de cáncer usados como antivirales, (AZT, Ddc, Ddi, 3TC, D4t, etc.), capaces de producir Sida por sí mismos (5).

-   De la misma forma que el llamado “biopoder”, en tiempos de Semmelweis, se concentraba en los médicos de los grandes hospitales europeos, hoy sucede los mismo en la ciencia oficial del Sida: un grupo influyente de científicos y médicos, a pesar de su gran mediocridad y gracias a su conexión con las esferas de poder, (instituciones de salud pública, industria farmacéutica, etc.), determina las pautas a seguir. “Ellos llaman ciencia a lo que se publica en las revistas -y medios en general, se podría añadir-  pero lo que se publica en las revistas está escrito por ellos”, según el Dr. Kary Mullis, Nóbel de Química del 1993 por la invención de la PCR. Este sector de científicos y quien les apoya, con su inmovilismo y prácticas de censura, impiden el progreso científico y la superación del problema. Recordemos que el Dr. Nájera y otros expertos oficiales del Sida en España censuraron hace años la emisión de un documental (6) en la 2, emitido en seis países europeos, por contener opiniones científicas discrepantes con la posición oficial. ¿Expertos en qué, si no saben defenderse con argumentos y deben recurrir a la censura?

-   Salvando el tiempo que separa estas dos situaciones médicas, la fiebre puerperal en su día y el Sida hoy, ¿Han cambiado las actitudes básicas por parte de la ciencia médica? Todo parece indicar que no, desgraciadamente. La actitud que se está teniendo con Peter Duesberg, Roberto Giraldo, Heinrich Kremer, Stefan Lanka y muchos otros científicos que discrepan de la explicación dada oficialmente acerca del Sida, no parece variar mucho con la mantenida en su día con respecto a Semmelweis, por mucho que cueste admitirlo. Esta es una de las explicaciones más coherentes al hecho de que no encontremos solución viable al problema (un problema de salud antiguo que ha sido rebautizado en la actualidad como Sida, añadiendo y quitando elementos y mediante la introducción de numerosas suposiciones que nadie ha probado de modo riguroso).

 

La hipótesis VIH-Sida como hipótesis científica no sirve como instrumento de trabajo, al ser incapaz de explicar las numerosas contradicciones de este peculiar síndrome, así como de predecir mínimamente tanto el curso de la epidemia como las expectativas de vida de los supuestos infectados, todas las predicciones han resultado ser escandalosamente erróneas, afortunadamente. Tampoco sirve para prevenir y/o curar. Por otra parte, el modo como se aplica en la práctica es muy peligroso, por lo que urge proceder a su revisión cuanto antes.

Todo parece indicar ya que el Sida pasará a la historia como un desgraciado ejemplo de lo que jamás debió hacerse y si bien se ha trazado una pequeña analogía con lo sucedido con la fiebre puerperal hace más de 150 años, lo cierto es que, como error médico y como ejemplo de “yatrogenia”, (problema de salud provocado por la propia actuación médica), el Sida no tiene precedentes en la historia médica. Y cuanto antes lo reconozcamos, mejor, ahorraremos gastos innecesarios y, sobre todo, ahorraremos sufrimientos y vidas.

 

 

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(*)    Yatrogenia: daños a la salud provocados por las actuaciones médicas. Se dice de algo que es yatrogénico cuando ha sido provocado por las actuaciones médicas, sean tratamientos, exploraciones o intervenciones.

(1)     Médico psiquiatra, filósofo, profesor de la Universidad Javierana y autor de los libros “Libertad y locura” y “La trampa de la razón”.

(2)     Revista de Medicinas Complementarias “Medicina Holística” nº 39.

(3)     Existen numerosas evidencias científicas en contra de que un virus sea el causante del Sida. Ver libro “Inventing the AIDS virus”, del Dr. Peter Duesberg, profesor de Biología Molecular de California Berkeley, con más de 1500 referencias científicas, donde se expone el tema con claridad y rigor (este libro, al igual que el citado en la nota (5) está disponible en la Biblioteca Central de la U. de Santiago.)

(4)     Ver libro de Michael Callen, “Surviving AIDS”, un estudio hecho en supervivientes de Sida de larga duración, personas que habían sobrevivido 5 años o más tras el diagnóstico de Sida.

(5)     Peter Duesberg llama al AZT, “Sida por prescripción facultativa”. En el libro de John Lauritsen “Poison by prescription”, se exponen las múltiples irregularidades que rodearon la aprobación por parte de la FDA del AZT como fármaco contra el Sida. El AZT y otros fármacos, como el Ddc, Ddi, etc., son fármacos de la misma familia química, “análogos nucleósidos”, una subdivisión dentro de la clasificación de los fármacos de quimioterapia del cáncer. El moderno cóctel consta de dos de estos fármacos más un llamado inhibidor de proteasas.

(6)  El vídeo “Sida, la duda” del director francés Djamel Tahi, no llegó a emitirse, dentro     

      del programa “Sida, la esperanza”, de “la noche temática” del 27-10-96, por la negativa de las     autoridades españolas del Sida.

 

 

 

 

 

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