Se habla mucho del Sida en África, es un hecho asumido por todos como algo incuestionable. En ciertos medios, donde en relación al Sida parece imperar aquello de “más solidario cuanto más catastrofista”, puedes ser tachado de insolidario si, incluso teniendo datos en que apoyarte, se te ocurre ponerlo en duda.

Sin embargo, nada más irreal que la idea de todo un continente devastado por la epidemia que nos quieren vender, aunque sólo sea por el hecho de que en todos esos países africanos, que dicen que están siendo diezmados por el Sida, se registra aumento de población.

Hace años el biólogo molecular Harvey Byaly, exdirector de la revista “Biothechnology” y especialista en enfermedades africanas, dijo algo que resume muy bien la situación: “Para que te diagnostiquen de Sida en África, sólo tienes que tener diarrea crónica, estar desnutrido e ir a un hospital equivocado, es decir, un hospital que reciba fondos de alguna augusta fundación, de las muchas que existen para la lucha contra el Sida, en cuyo caso los médicos estarán muy interesados en difundir esa mentalidad”.

El hecho clave, ignorado y omitido por sistema cuando se aborda el tema, que basta por sí mismo para crear dudas sobre todas las valoraciones acerca del Sida en ese continente, es que en África puede diagnosticarse el Sida sin necesidad de hacer el test de VIH. Mientras que en Occidente, para un diagnóstico de Sida, se precisa un resultado positivo del test y el desarrollo de una al menos de 29-30 enfermedades, en África no es obligatorio hacer el test, lo que quiere decir ya de entrada que los médicos y autoridades sanitarias pueden atribuir enfermedades y muertes al virus del Sida sin temor a contradecirse.

No resulta fácil de creer y menos fácil de creer aún es que sea precisamente la Organización Mundial de la Salud (OMS), la institución de política sanitaria con más peso e influencia a nivel mundial, quien así lo haya estipulado. Por la llamada “Definición de Bangui”, resolución adoptada la capital de la República Centroafricana, (recogida en el “Informe Epidemiológico Semanal de la OMS” 1986:61:69-76), el organismo de la ONU estableció unas normas, a todas luces impresentables desde cualquier punto de vista, para el diagnóstico de Sida sin tests. Brevemente, basta con tener 10% o más de pérdida de peso, trastornos de crecimiento, fiebre de un mes o diarrea de un mes. Con las enormes limitaciones económicas que hay para hacer tests y dada la fuerte presencia de estos síntomas en la población africana, por el hambre, las guerras, las malas condiciones higiénico sanitarias y males endémicos, como la malaria o la disentería, se puede uno imaginar que media África está siendo arrasada por el Sida. Pero este Sida poco o nada tiene que ver con una nueva epidemia causada por un virus, sino con lo que ha ocurrido toda la vida en África.

En suma, podemos decir sin miedo que en África el Sida se diagnostica “a ojo”. Si tenemos en cuenta que, según la OMS, que es el referente máximo al que se remiten los medios cuando se trata de dar estadísticas sanitarias, el 80% de la epidemia mundial de Sida se localiza en África, siendo la situación allí como se acaba de exponer, podemos suponer qué queda al final de la famosa “epidemia mundial de Sida”.

Si a esto añadimos que el Sida incumple las mínimas condiciones que debe reunir una epidemia para ser considerada como tal, como es el crecimiento exponencial en la población no inmunizada, típico de la aparición de microbios nuevos para los cuales no existe vacuna ni tratamiento, (como es el caso del supuesto virus VIH), debemos concluir que no existe ninguna epidemia, ni mucho menos mundial de Sida.

Ahora bien, ¿Por qué toda esta manipulación? ¿A qué viene inventarse una epidemia de Sida en África que no existe? Muy sencillo, cuando a mediados de los 80 se anuncia en los EE UU la existencia de una epidemia de Sida que se propaga heterosexualmente, hasta un niño podía ver que afectaba casi exclusivamente a hombres, cosa que sucede aún hoy en los EE UU y en Europa, en donde el 92% y el 86% de los casos son hombres. Esto no podía ser, había que hacer algo, así que con la invención del Sida africano, afectando por igual a hombres, mujeres y niños, (el hambre y la malaria no saben de sexos ni de edades), se tenía lo que se necesitaba para poder hablar de transmisión heterosexual, con lo que de repente todos estábamos en peligro y los presupuestos se remontarían. Había también otros intereses como la venta a los países africanos de los tests del Sida y tóxicos como el AZT que ya empezaban a ser rechazados.

Recientemente ha cobrado actualidad en los medios la lucha que desde hace un tiempo lidera Sudáfrica contra las multinacionales farmacéuticas, para conseguir el abaratamiento del precio de los llamados “medicamentos esenciales”, aquellos fármacos necesarios para tratar los problemas más básicos, desde las aspirinas a los antibióticos para tratar la tuberculosis, la malaria, etc. Esta batalla ha sido sutilmente manipulada en los medios, haciéndose hincapié en la demanda de unos fármacos para el Sida más baratos, que lleva implícita la idea de una epidemia de Sida galopante en Sudáfrica, (casualmente el país con mayor potencial de crecimiento económico del área).

Al mismo tiempo se silencian otras cosas, como que Thabo Mbeki, el presidente de Sudáfrica, un hombre muy bien informado y que sabe muy bien lo que hace, manifestó su intención de no destinar dinero para comprar unos fármacos tóxicos, inútiles y caros –aunque se los vendan a precios regalados- pudiendo destinarlos a erradicar las enfermedades de la pobreza.

Hace poco la prensa informaba de la reunión en Chicago sobre fármacos antivirales, en la que las autoridades sanitarias americanas recomendaron que se retrasara en lo posible la aplicación de los llamados “cócteles antivirales”, en base a “sus efectos tóxicos y potencialmente letales”, (El país, 6-2-2001), después de afirmar durante años que con ellos “podía convertirse la enfermedad en crónica” y cuando hasta entonces la estrategia consistía en “atacar fuerte y rápido”.

Queda todavía lo más importante: todos los que han profundizado un mínimo en el tema del Sida saben que hoy en día está todo muy en el aire en lo que se refiere a su validez científica, (desde hace años cientos de investigadores de todo el mundo plantean serias dudas que alcanzan aspectos tan elementales como la propia existencia del virus VIH). En este sentido, Sudáfrica es el único país del mundo que busca una salida al Sida basada en criterios mínimamente objetivos, de hecho la primera acción de su presidente, por la que tuvo que soportar la histeria e insultos en su país y fuera de él, fue promover un auténticco debate científico para despejar estas cuestiones.

Mbeki quiso que en los debates estuvieran presentes los defensores del modelo VIH y al mismo tiempo oír lo que los científicos disidentes, censurados en el mundo occidental, tenían que decir. En estos debates se decidió, de común acuerdo, verificar la validez de los llamados tests de VIH, con lo que eso implica: la verificación de que el virus puede aislarse en los enfermos. De esto no hablan nada los medios.

De lo que no hay duda es de que en África el miedo al Sida tiene dimensiones realmente epidémicas, al punto de que la población evita ir a los hospitales, vista la gran facilidad con que la catalogan de Sida, lo que supone el total aislamiento por parte de sus convecinos, según declaraciones de médicos africanos a la periodista británica Joan Shenton.

Lamentable que muchas ONGs, en una actitud calcada a la del más fanático e interesado activismo antisida, exijan para África, ahora más baratos, esos fármacos tóxicos y caros que Occidente rechaza, viviendo del “maná” de las subvenciones, provenientes en parte del bolsillo del contribuyente, en el vano intento de combatir una epidemia fantasma, que en realidad sólo sirve para ocultar grandes intereses económicos, oscuras políticas de control demográfico y para encubrir los problemas reales de África.

Con todo, aún nos queda mucho que aprender de los africanos, por lo menos de algunos.

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