Imprudencia y alarmismo
Siempre ha sido norma de las autoridades sanitarias el no alarmar a la población ante la aparición de un problema de salud que se considera nuevo, sea una epidemia de naturaleza infecciosa o sea un problema de otro tipo. Estamos acostumbrados a que, ante la aparición de un problema de salud, por ejemplo, un foco de meningitis entre escolares en un determinado lugar, lo primero que hacen las autoridades sanitarias en un primer momento es ser remisas a la hora de reconocerlo, y cuando ya no les queda otro remedio que admitirlo lo hacen minimizando el problema, “sí, hay un problema de meningitis, pero son pocos casos y los tenemos controlados”.
Además del correspondiente control sobre el problema, lo que implica desplazarse, tomar muestras, análisis, conocer el número de casos, recomendar medidas apropiadas tanto para que el problema no se extienda como para tratarlo… es como si hubiera una norma no escrita que incita a no alarmar, a tranquilizar a la población.
Esta forma prudente de actuar es la primera norma elemental de buen proceder que se ha violado en el SIDA, un tema que hemos tratado con más extensión en dos artículos donde se expone más detalladamente el modo como se fue construyendo este mito,uno de los cuales comprende el período que va desde la aparición de los que se consideran como los primeros casos, (en el año 1981), hasta la rueda de prensa de Gallo, (en el año 1984), en el otro artículo se analiza el período que va desde la declaración de Gallo hasta nuestros días.
Repasemos, de un modo resumido, los principales hitos de esta delirante historia, primero en los EE UU y luego en el mundo entero, así como la actuación, totalmente irresponsable y alarmista, del Centro de Control de Enfermedad de Atlanta, la agencia de salud que ha tenido y tiene más influencia a la hora de dictar las directrices en todo lo que se refiere a esta falsa epidemia.
Como sabéis, lo que se considera como los primeros casos de SIDA se producen en 1981, cuando el inmunólogo M Gottlieb observa, en la clínica universitaria de Los Ángeles, cinco casos neumonía por neumocistis en cinco jóvenes gays, una enfermedad infecciosa que sólo se da en personas gravemente inmunodeprimidas. A pesar de que todos esos casos tenían antecedentes que explicaban más que de sobra su inmunodeficiencia, (en el artículo aparecido en el boletín semanal del CDC se indicaba que tenían un “grave historial de enfermedades sexualmente transmisibles”, con lo que implica de elevado consumo de antibióticos, así como que “todos inhalaban sustancias tóxicas”, es decir, eran todos consumidores de “poppers”, productos inmunodepresores y mutágenos, es decir, cancerígenos), el CDC lanza la idea, totalmente alarmista, de un posible problema de naturaleza infecciosa ligado a la “conducta homosexual”. Es aquí donde el CDC comienza la construcción de esta falsa epidemia, de un modo alarmista e irresponsable, ese tipo de comentarios jamás tendría que haber trascendido a la prensa en tanto no se hubieran hecho las investigaciones correspondientes acerca del problema, y esta alarma, curiosamente, la provoca quien más prudente debería ser, una institución sanitaria.
En los años sucesivos se irían juntando otras patologías, como el sarcoma de Kaposi, la candidiasis, el herpes… ampliando el grupo inicial de homosexuales a otros grupos, como los adictos a drogas intravenosas, receptores de transfusiones, hemofílicos, niños de madres toxicómanas, (incluso en un primer momento se incluye a los haitianos), relacionando todo un conjunto de enfermedades y problemas muy diversos con una causa común, probablemente un virus....
A base de golpes de prensa y sin ningún estudio ni prueba que lo avalara se fue inculcando la idea de la existencia de una epidemia infecciosa causada por un virus letal que provoca inmunodeficiencia.
En todos esos años las autoridades sanitarias americanas, (en especial el CDC), que son las que más prudentes deberían ser, son quienes lideran la tarea de generar pánico entre la población, de tal manera que cuando en abril de 1984 Robert Gallo anuncia en una rueda de prensa que acaba de descubrir el virus del SIDA, (sería en todo caso a partir de ahí cuando se debería empezar a hablar de un problema infeccioso, pues para poder hablar de un problema de esa naturaleza tienes que tener identificado el agente responsable), ya la gente hacía tiempo que tenía asumida la naturaleza infecciosa del problema y el pánico cundía por doquier.
Recordemos que la misma rueda de prensa de Gallo con la ministra de salud de los EE UU, donde se anuncia el supuesto descubrimiento del virus, se realiza sin publicaciones previas en los medios científicos, es decir, a espaldas de toda la comunidad científica, la cual no se enteró de nada hasta la rueda de prensa.
¿Hubo censura en esos momentos en los medios para esas noticias alarmistas? ¿Se dio crédito en los medios a las pocas voces que pedían calma y reflexión?
A partir de de 1986, con la publicación del documento llamado Confronting AIDS, elaborado por la Comisión Nacional del SIDA, donde se contenían las directrices de lo que sería la lucha del SIDA a nivel mundial, esa difusión de la alarma pasa a hacerse ya de un modo ya más organizado, impulsado por importantes e influyentes estamentos, tanto nacionales como internacionales.
Han sido claves en todo este proceso los medios de comunicación, al punto que se puede decir que el SIDA es la primera epidemia, sin existencia real, (no se cumplen las mínimas condiciones como para poder hablar de epidemia, como el crecimiento explosivo entre la población no inmunizada, típico de las epidemias), creada desde los medios de comunicación.
Directrices para los medios de comunicación
No nos extrañemos pues de que la difusión de esta información tóxica haya ido paralela al control y la censura en los medios, mediante las directrices correspondientes donde se les indica a los profesionales de los medios lo que deben decir y cómo deben decirlo, así como, de un modo tácito, lo que no debían decir. Se fabricó así el discurso del llamado “periodismo responsable” que deben practicar los profesionales de los medios cuando se trata de informar sobre los distintos aspectos del SIDA, en virtud del cual lo que deben hacer es limitarse a teclear puntualmente lo que llega por los canales mediáticos correspondientes, nada de hacer preguntas incómodas, nada de indagar por las fuentes o datos objetivos que avalen lo que se publica, como si fueran una especie de boy scouts o evangelistas, en una palabra, la desaparición de lo que es el periodismo y el simple cometido de informar.
Todo esto lo resumió muy bien Celia Farber, una competente periodista especializada en el SIDA, en un excelente artículo publicado hace años en la revista Spin, titulado Miedo y asco en Ginebra o sobre el lamentable estado del periodismo en el Sida.
Básicamente lo que se transmite a la población gira en torno a dos ideas fundamentales, miedo por un lado, "el SIDA es muy grave", la práctica totalidad de los supuestos infectados "se mueren en unos años", sustituido en la actualidad por el mensaje de que "ahora, con los nuevos fármacos, las personas pueden vivir años y años". Sin embargo no existen datos objetivos que avalen ninguna de estas dos afirmaciones, ni que el SIDA sea letal, (los datos epidemiológicos que se publican son un modelo de contradicción que mueven a risa), ni que los fármacos usados tengan utilidad alguna, (no existen estudios contra placebo que avalen sus beneficios, es decir, son algo totalmente experimental).
Como un ejemplo de cómo se alecciona a los profesionales de los medios sobre cómo deben informar sobre el SIDA, adjuntamos una de estas guías con recomendaciones sobre tratamiento periodístico del SIDA.
En archivo adjunto, guia-recomendaciones-periodistico-vih.pdf
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