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El internacionalmente famoso sociólogo polaco, Zygmunt Bauman, nos acaba de sorprender con un nuevo libro impactante, publicado recién en marzo de este año, con el título “Ceguera moral”. Denuncia la insensibilidad moral y el deterioro moral progresivo que según él se está convirtiendo en característica de nuestro tiempo.

Para identificar mejor lo que está pasando, Bauman crea un neologismo de raíz griega: “adiáfora”, aludiendo al hecho concurrente de “situar ciertos actos o categorías de los seres humanos fuera del universo de evaluaciones y obligaciones morales”.

La ética o la moral, como prefieran decir, no existen para ciertos campos del quehacer, del comportamiento humano. Los actores de esos campos de acción (por ejemplo, los actores de la política) ignoran, prescinden de todo compromiso moral. Pueden hacer lo que quieren y lo que les conviene a sus respectivos intereses egoístas, sin que se les ocurra, ni permiten que a otros se les ocurra, o intervengan, para poner orden y sanción a sus comportamientos corruptos.

Parecería que Zygmunt Bauman estuvo visitando nuestro país, observando a muchos de nuestros políticos, administradores públicos, narcotraficantes, narcopolíticos, criminales y delincuentes para inspirarse y escribir sobre la adiáfora y la ceguera moral.

La ceguera no está solamente en los ojos morales de los actores en esos sectores, está contagiándose también en toda la sociedad, que contempla pasiva y permisivamente la corrupción y nada hace para impedirla, incluso es tanta la ceguera y torpeza que a la hora de las elecciones para las responsabilidades políticas no son capaces de ver que vuelven a elegir a los mismos corruptos que les están robando dinero, oportunidades y esperanzas.

Sucede, como escribe Bauman, que la sociedad parece estar embotada, ha perdido la sensibilidad moral y no le da importancia a los hechos y sus autores que hacen daño grave a todos.

Esa sensibilidad embotada se realimenta con el comportamiento insólito de mucha gente, quizás la mayoría, también niños y adolescentes, que disfrutan dedicando su tiempo libre de distracción y descanso, hasta pagando dinero para ver sin prisa violencias, muertes, asesinatos, crímenes horrendos, destrucciones masivas, en películas de cine y televisión que presentan descarnadamente la crueldad y el terror, convertidos en espectáculo.

Estamos bombardeados por tantos y constantes estímulos que nuestra sensibilidad termina acostumbrándose a ver el sufrimiento trágico de los demás sin inquietar nuestra afectividad y nuestra conciencia. El sufrimiento de muchas personas que están en nuestro entorno social resulta pálido e insignificante para sensibilidades embotadas.

La voz de alerta de Bauman se une a una denuncia semejante que pocos años atrás hizo Gilles Lipovetsky, cuando escribió su interesante libro: “El crepúsculo del deber”. El sutil análisis sociológico de Lipovetsky hace ver cómo el “deber” sostenido por criterios razonados y generador de virtud, a partir de la posmodernidad, queda relevado por el placer que busca la felicidad individual y subjetiva.

La posmodernidad depuso a la diosa razón e instaló al sentimiento y el placer en su trono, alimentados por el consumo. La hipermodernidad está acelerando el consumo hasta el hiperconsumo, que ya ha superado la simple adquisición del consumo material, moviendo a la sociedad actual en búsqueda, a veces compulsiva, del consumo de emociones, con el turismo erótico, el turismo de aventuras, el consumo de drogas, los espectáculos de la crueldad y el terror.

La ética se ha debilitado tanto, que estamos ciegos y ni la vemos ni la echamos de menos, prescindimos de ella. Las normas del deber nos resultan rígidas, la virtud es cosa del pasado, lo que importa es el placer personal vivido en el individualismo excluyente, tan exclusivo que no se interesa ni asume responsabilidad ni compromiso ni siquiera con la pareja en la experiencia del amor.

Los riesgos de la ceguera moral, o sea, de una sociedad sin ética son tan graves, que los grandes analistas sociólogos, filósofos y éticos de la actualidad, además de describirnos lo que está pasando, tienen que escribir libros tan fundamentales como el de Adela Cortina, “Para qué sirve la ética”, que ha merecido el premio nacional español al mejor libro de ensayo de 2014.

Cortina dice: “Ningún país puede salir de la crisis si las conductas inmorales de sus ciudadanos y políticos siguen proliferando con toda impunidad”.

 

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