parte (3)

ARROLLADOR NUEVO DOCUMENTAL :The Emperors New Virus? - Un análisis de las evidencias de la inexistencia del VIH

Ya está disponible el nuevo documental " The Emperors New Virus? - An Analysis of the Evidence for the Existence of HIV" ( "The House of Numbers 2"), en el cual se luce Eleni Papadopulus- Eleopolus. Este documental sí desintegra por completo  la existencia del "VIH" mediante explicaciones totalmente científicas en las cuales Eleni y otros científicos explican la inexistencia del "VIH". Entrevistan a Gallo y Montaigner , quedando en ridículo frente a tanta y clara evidencia de la existencia del llamado virus "VIH". Lo disfruté , me trasnoché observándolo y me parece que es arrollador. Lamentablemente está en inglés (pero muy entendible). Espero que pronto lo doblen al español. Está disponible en youtube  en el link https://www.youtube.com/watch?v=kMg4HR4dPN8&feature=channel_vide.... Bájenlo antes que lo eliminen de youtube. Está en excelente definición y tiene una duración de 1:36 . Saludos a todos.

 

PODÉIS ENCONTRAR ALGUNOS COMENTARIOS Y ACLARACIONES SOBRE ESTE DOCUMENTAL EN

http://superandoelsida.ning.com/forum/topics/arrollador-nuevo-documental-the-emperors-new-virus-an-analysis-of

EL CUAL NO ES, COMO SE INDICA EN EL TÍTULO, LA SEGUNDA PARTE DEL DOCUMENTAL HOUSE OF NUMBERS, SINO UN DOCUMENTAL HECHO SOBRE ALGUNA DE LAS CUESTIONES QUE TRATA EL DOCUMENTAL, EN CONCRETO LA CUESTIÓN DEL AISLAMIENTO (EXISTENCIA) DEL VIRUS VIH.

 

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El material de este artículo, sobre todo lo referente a los sucesos acaecidos en los EE UU despues de la rueda de prensa de Robert Gallo de abril de 1984, procede prácticamente en su totalidad de los capítulos correspondientes del libro Inventing the AIDS virus, del Dr Peter Duesberg, (Regnery Publishing, Inc. Washington, D.C., 1996).

La primera parte de la construcción del mito del SIDA, desde la aparición de los primeros casos en 1981 hasta la rueda de prensa de Gallo en 1984 se ha tratado en el artículo http://superandoelsida.ning.com/profiles/blogs/la-construccion-del-mito-del


Introducción


La gran mayoría de las personas está convencida de la existencia de la “epidemia de sida”, se supone que la “epidemia” surgió en un momento dado en algún sitio (Gallo y cía han sugerido África) y se “propagó” a todo el mundo; por otra parte, vistos los enormes presupuestos destinados a la “investigación del VIH”, se considera que el “virus del sida” es algo muy conocido y estudiado; al mismo tiempo, la importancia concedida por los medios de comunicación, la preocupación de las autoridades de los distintos países, mueven a pensar que estamos ante algo real.
 
Pero los últimos sucesos acontecidos con motivo de la gripe A, con sus importantes implicaciones, alertan de lo factible que es, hoy en día, crear psicosis mundiales de epidemia sin causa objetiva que las justifique que no sean los intereses económicos.

Por si el ejemplo de la gripe A no bastara, en este artículo se ofrece una panorámica de los ingentes recursos, económicos y humanos, pero sobre todo propágandísticos, puestos en marcha a principios de la “era del Sida” en los EE UU, con la exclusiva finalidad de difundir entre la población la idea del sida infeccioso y mientras todo eso sucedía, en medio de rimbombantes declaraciones de prestigiosos organismos, se pasaban alegremente por alto los aspectos científicos más elementales.

En el período de tiempo que transcurre desde que surgen en EE UU los primeros casos que darán origen al nacimiento de la idea del sida infeccioso, (principios de los 80), hasta que se impone a nivel mundial esa visión, se pueden distinguir dos etapas, la primera, desde los primeros casos hasta la rueda de prensa de Gallo (abril de 1984), la segunda, a partir de la rueda de prensa, abarca hasta que la idea del sida se impone a nivel mundial.

 

El sida hasta la declaración de Gallo (desde los primeros casos a abril del 1984)

Se ha tratado ese primer período en otro post, si bien lo que sigue es un pequeño resumen. Esa etapa de los comienzos del Sida fue tratada de manera magistral, en una conferencia impartida en julio de 2002 en Barcelona, por el Dr Roberto Giraldo, eminente médico colombiano, especialista en enfermedades infecciosas y que dedicó años al estudió de las inmunodeficiencias. En su conferencia, el Dr Giraldo trazó un recorrido plagado de referencias por los artículos publicados en las principales revistas científicas, así como en las publicaciones de distintas instituciones sanitarias americanas, en el período que va desde que el inmunólogo Mikel Gottlieb ve, en la clínica universitaria de Los Angeles, los cinco famosos casos de neumonía por neumocistis carini, hasta que Gallo anuncia el “descubrimiento” del virus del sida (1).
El Dr Giraldo puso de manifiesto el hecho de que la idea del sida infeccioso se difundió en los EE UU ya desde la aparición de los primeros casos, a pesar de que todos los indicios sugerían un origen multifactorial, (sobre todo causas tóxicas, es decir, drogas). No había ningún dato objetivo, ninguna investigación, que apuntara hacia una causa infecciosa, para poder hablar de una causa infecciosa es indispensable encontrar un agente infeccioso común en todos los casos de la enfermedad y mientras esto no se haya realizado, es una temeridad sugerir siquiera esa posibilidad.

De ese modo, en contra de lo que sería una actuación mínimamente prudente y haciendo gala de una grave irresponsabilidad, el CDC de Atlanta, que ya había protagonizado en el pasado numerosos episodios de alarmismo, (el último de los cuales, la epidemia fantasma de gripe porcina del año 1976 que jamás se presentó), difundió la idea de que se trataba “muy probablemente” de un problema de naturaleza transmisible, es decir, infeccioso.

Cuando años más tarde Robert Gallo declara haber descubierto el virus del sida, (sería a partir de ahí, en todo caso, cuando se podría hablar de problema infeccioso), ya existía una psicosis generalizada de epidemia en la sociedad americana, que había sido fabricada años antes a base golpes de prensa.

Recordemos que la misma conferencia de prensa, donde Gallo anunció su supuesto descubrimiento, se hizo sin publicaciones previas en los medios científicos además de otras irregularidades de sobra conocidas, entre las que destaca el robo de la muestra del supuesto virus a Montagnier, (de cuyas declaraciones años más tarde se pudo deducir que no hubo aislamiento viral alguno, por lo que no se puede hablar de robo de virus). El “affaire” de quién había descubierto el “virus” ocupó los titulares de los periódicos y encubrió lo que debería haber sido más importante, es decir, ¿Qué era exactamente lo que Montagnier “había descubierto”? ¿Era o no un virus? Y si era un virus, ¿Era la causa del sida? Todo eso pasó a un segundo plano, no tenía importancia, después de todo, la gente ya estaba convencida de que el sida era un problema infeccioso, hacía años ya que el pánico campaba por los hospitales, (en muchos de ellos ni siquiera se admitía a toda cuanta persona pudiera ser sospechosa de sida). Por supuesto, el diagnóstico era realizado “a ojo”, pues el llamado test del sida o de VIH no se puso en marcha hasta el año 1985, es decir despúes de la declaración de Gallo).

 

El sida después de la declaración de Robert Gallo

Es en esos años que siguen a la declaración de Gallo cuando se elaboraron las líneas generales y la estrategia de lo que sería la lucha contra el sida a nivel mundial, algo que es interesante conocer porque esas medidas que se adoptaron en los EE UU en esos años serían copiadas en el resto de los países, entre ellos el nuestro, por absurdas que puedan parecer cuando ahora las analizamos.

En 1986 la Academia Nacional de Ciencias de los EE UU (NAC) nombró un comité para enfrentarse al problema del sida, presidido por David Baltimore, un destacado e influyente virólogo. Este comité, tras estudiar las “pruebas” de Gallo-Montagnier, llegó a la conclusión de que “la evidencia de que el virus VIH causa el sida es científicamentes concluyente”.

Según el Dr. Peter Duesberg, de cuyo libro Inventing the AIDS virus están tomados muchos de los contenidos de este trabajo, la Academia convertía la hipótesis de Gallo en un dogma de fe, siendo la primera vez en su historia que la Academia llegaba a una conclusión tomando como base una creencia, pues Gallo no tenía pruebas, ni él las proporcionó, ni ningún otro lo hizo.

Lo que el comité de la NAC hizo, según Duesberg, fue seleccionar los artíclos de Gallo para llegar a sus conclusiones, pero desgraciadamente para el Comité, en una investigación de tres años se demostró que los artículos de Gallo habían sido fabricados sencillamente en cuanto a las cifras de sus correlaciones. El otro argumento clave esgrimido por el comité fue que “el sida debía ser infeccioso porque algunos de los receptores de transfusiones habían desarrollado enfermedades como neumonía”. Pero de nuevo se trataba de estudios sin ningún tipo de control, nunca realizaron un estudio en el que cien hemofílicos con anticuerpos fueran comparados con otros cien sin ellos, para ver la incidencia de enfermedades en los dos grupos, la cual parece ser similar. Tampoco se hizo ningún estudio que comparara cien usuarios de drogas intravenosas seropositivos con otros cien seronegativos, o cien hijos de madres toxicómanas seropositivos con otros cien seronegativos. Todo parece indicar, según Duesberg, que la incidencia de enfermedades incluidas en la definición de sida es similar en seropositivos y seronegativos en cada llamado “grupo de riesgo”.

Con estos supuestos, el comité de la NAC, constituído por ventitrés prestigiosos científicos, diseñó un ambicioso programa con fondos crecientes y supervisión central, con el fin de crear un amplio consenso en los EE UU, unificando los esfuerzos de los científicos y la sociedad entera en la guerra del sida. El programa era más ambicioso aún que el de la guerra de la polio o incluso que el de la lucha contra el cáncer y permitiría la adopción de medidas extraordinarias que habitualmente pueden encontrar resistencia por parte de la población.

El estamento investigador se incrementaría con fondos sin precedentes, oficiales de salud podrían adoptar medidas de emergencia, se implicaría en la guerra del sida a las agencias de las Naciones Unidas y a los gobiernos extranjeros.

El Instituto de Medicina y la Academia Nacional de Ingeniería patrocinarían el proyecto y los fondos para llevarlo a cabo procederían de importantes fuentes, como la Carnegie Corporation of New York, la Jhon D. y Catherine T. MacArthur Foundation, la Andrew W. Mellon Foundation y la Fundación Rockefeller.

Varios miembros de Servicio de Inteligencia de Epidemias del CDC, como David Fraser o Thomas Grayston, que pasó a presidir el Grupo de Trabajo de Epidemiología, así como otros importantes miembros del CDC participaron en esta comisión. Burroughs Wellcome, (ahora Glaxo-Wellcome-Smith-Klein), fabricante del AZT, así como Hoffman-La Roche, fabricante del Ddi, enviaron cada una un representante.

El comité pretendía la movilización de la nación entera en esta guerra. Según las instrucciones de la NAC, el comité evaluaría métodos de control y lucha contra el sida, redactaría un documento delineando las estrategias, instaría al Congreso para la adopción de medidas, haría recomendaciones a la comunidad científica, a los médicos, a los organismos estatales y locales, a las corporaciones privadas y al público. Naturalmente, todo aquel que no cooperara con los objetivos del comité sería tachado de “contraproducente”, cuando no de “irresponsable” o de “peligroso”.

 

Confronting AIDS, la Biblia del estamento del Sida


En agosto de 1986 el Comité publicó, bajo el título de “Confronting AIDS”, un libro cuyas recomendaciones serían adoptadas universalmente como un anteproyecto de la guerra del Sida a nivel mundial. Este libro hacía recomendaciones en cuatro áreas: amplio programa de investigación, financiamiento público, medidas de salud pública y esfuerzos paralelos en el extranjero.

En el terreno de la investigación científica el Comité alardeaba del “descubrimiento del VIH” y su “indudable identificación como la causa del Sida” como un supuesto triunfo y un ejemplo de investigación bien fundamentada.

Aquellos científicos que estaban esperando alguna evidencia científica de la “indudable indentificación” del VIH como causa del Sida, recibirían como respuesta la afirmación “ex catedra” aparecida en la edición de 1988 de Confronting AIDS: "El comité cree que la evidencia de que el VIH causa el Sida es científicamente concluyente”. El Comité no tenía nada más que ofrecer que su creencia en Gallo, Montagnier y otros “descubridores del VIH”.

Fue basándose en esta suposición que se delinearon las futuras necesidades de la investigación: se estudiaría la estructura genética del VIH por parte de los biólogos moleculares, (al no haber sido aislado el virus como Dios manda, eso quiere decir que se estudiaría lo que Gallo-Montagnier entendían como “virus VIH”), los bioquímicos analizarían las funciones de las “proteínas virales”, (es decir, lo que Gallo-Montagnier entendían por tales), los virólogos examinarían cada detalle del proceso infeccioso, se desarrollarían más tests para el VIH, se investigaría con animales, etc. Vastas sumas de dinero serían empleadas para hacer seguimientos de las personas “infectadas”, los farmacólogos se ocuparían de desarrollar una serie de drogas para destruir el virus, (el Comité sugería ya específicamente el AZT, Ddi, Ddc, entre otras) y, por supuesto, tendrían que inventarse vacunas contra el virus.

Todo el programa estaba encarrilado en una dirección, el VIH, ningún dinero iba destinado a la investigación de otras posibles hipótesis y si bien el Comité elaboró una lista de “posibles cofactores” que podrían contribuir al Sida, sobre todo agentes infecciosos como los citomegalovirus u otros microbios, lo cierto es que apenas se concedía importancia a otros factores como la desnutrición, vieja causa conocida asociada a la inmunodeficiencia adquirida, (como que es la primera causa objetiva a nivel mundial a la hora de provocar muertes por inmunodeficiencia), ni mención siquiera al abuso de drogas.

Siguiendo a Duesberg prácticamente al pié de la letra, este documento no consiguió aclarar las dudas de una serie de investigadores que, después de la conferencia de Gallo, habían puesto en duda, en privado, la hipótesis viral.

El documento, según refiere Duesberg, también sugería que los fármacos que se estaban probando para el tratamiento del sida no iban a precisar de los controles habituales apropiados, sobre todo grupos “placebo”, una recomendación que se utilizaría más tarde para la aprobación del DdI, el Ddc y, con toda seguridad, los que vinieron después. Esto, traducido al lenguaje llano quiere decir que esos fármacos tóxicos, (todos ellos eran fármacos de quimioterapia del cáncer), no iban a precisar de unos estudios mínimos que demostraran si eran mejores que no tomar nada. Si no eran precisos esos estudios, conclusión, ¿Con quienes se experimentaría? Con los enfermos, al fin y al cabo, como ya se había anunciado que el sida era un mal “incurable”,…Por supuesto, las muertes provocadas en años sucesivos por estos fármacos, sobre todo por el AZT, solo o asociado con el Septrim o Bactrim, serían cargadas a la cuenta del virus.

Más tarde, el Comité haría un llamamiento para incrementar a un billón de dólares el presupuesto federal para la “investigación del sida”. Gran parte de ese dinero, como se recomendaba, fue utilizado para atraer a gran número de científicos hacia la “causa del VIH”.

En cuanto al financiamiento público, el Comité calculó los costes del cuidado médico para cada paciente, decidiendo que estos costes fueran en el futuro financiados con fondos públicos. Para ello el Comité se dirigía a la población, la cual “tenía la obligación ética de asegurar que todas las personas recibiean cuidados médicos adecuados”.
Por “cuidados adecuados” se entendía, puesto que la infección por VIH se consideraba fatal y sin tratamiento, el proporcionar drogas tóxicas como el AZT o simplemente confortar a los enfermos hasta la muerte.

En el apartado de medidas de salud pública, cualquier acción destinada a detener el virus estaba justificada, incluso si causaba pánico en la población,
o si estimulaba el uso de drogas ilegales o afectaba a las libertades y derechos civiles. El Comité hacía hincapié en los programas de educación y en la difusión de la práctica del test y como ejemplo de lo que entendía por
“educación”, la recomendación del uso de condones y de jeringas estériles para la administración de drogas.

Dado que las embarazadas podían “transmitir el VIH”, el Comité aconsejaba a las mujeres con riesgo de infección por VIH que consideraran aplazar el embarazo, también se recomendaban tests de VIH disponibles con facilidad para toda la población, eso sí, sobre una “base voluntaria”.

Medidas más radicales podrían ser adoptadas por el Comité. Donald Francies, un destacado oficial del CDC, en un discurso ante sus colegas, proponía cinco pasos para incrementar la autoridad del CDC, estos incluían:

- Dotar al CDC de un “status especial” que lo volviera inmune al control de los electores con una legislación especial que lo protegiera de cualquier control político.

- Garantizar los necesarios cuidados de salud a los “infectados”, como un medio de tenerlos identificados y controlados.

- Tolerar el uso de droga, como un modo de prevenir el intercambio de
jeringas usadas. Se incluía la prescripción de metadona o heroína como un modo de eliminar las actividades peligrosas que rodean a las drogas. Francis llamó incluso a esto “inyección sana”. Pero, se pregunta Duesberg, ¿Qué pasa si la heroína por sí misma causa sida? Pues que en ese caso, los contribuyentes estarían financiando la muerte de los adictos, (por si no lo hicieran ya al financiar su intoxicación masiva con los costosos y tóxicos fármacos).

- Mayor intervención federal a la hora de producir vacunas.

- Centralizar lo relativo al sida en una autoridad, en una palabra, aumentar
la autoridad y el poder de control del CDC. El organismo llevaría un registro central con las identidades de los “infectados”, obtenida por medio de cualquier fuente imaginable, desde los hospitales, clínicas de enfermedades venéreas, consultas de médicos, incluso cárceles. Se registrarían también todos los contactos sexuales de los “infectados”, tarea nada fácil si tenemos en cuenta que algunos de los homosexuales decían haber tenido cientos o miles.

Pasando por encima de cualquier autoridad local elCDC abogaba por incrementar los programas educativos en las escuelas, eliminando cualquier resistencia por parte de los padres.

En cuanto a los esfuerzos paralelos en el extranjero, el Comité, a través de su publicación Confronting AIDS, recomendaba extender estos esfuerzos a las otras naciones, lo que implicaba la colaboración en la investigación con científicos extranjeros, así como la puesta en marcha de programas de salud, distribución de condones incluída, en esos países. Se recomendaba incrementar la ayuda a la Organización Mundial de la Salud (OMS) para la puesta en marcha de medidas de salud pública. Ese mismo año la OMS publicó un libro que diseñaba el plan de acción contra la epidemia, el cual incluía cuarentenas, inmunizaciones masivas, restricciones a los viajeros, etc.

El Comité propuso también la creación de una comisión presidencial para supervisar la lucha contra el sida, la cual desde 1989 ha sido patrocinada por el Congreso y la Presidencia, repitiendo las mismas consignas de Confronting AIDS.

Todas estas recomendaciones serían llevadas a la práctica con verdadero entusiasmo, según Duesberg, con un auténtico espíritu de situación de guerra y, claro, una guerra pide acción y no reflexión sosegada.
Al mismo tiempo y para prevenir cualquier discrepancia con estos planes, el stablishment se preocupó desde el primer momento de prevenir cualquier oposición, toda la nación sería llamada a participar, los que no se unieran serían tildados como “apáticos” y los que hicieran demasiadas preguntas sobre la hipótesis del virus serían etiquetados como “negativos” o cosas peores.

El Instituto Nacional de la Salud (INH), suministraría también billones de dólares a la investigación del VIH, con lo que muchos científicos tuvieron fácil acceso a subvenciones, mientras que otros muchos aprenderían que no era nada conveniente plantear preguntas si querían acceder a ellas. La consecuencia de esto es que la inmensa mayoría de los científicos se alistaron, sin mayor vacilación, bajo la bandera del VIH.

El CDC se destacó como la principal agencia gubernamental de salud primera línea contra la epidemia, difundiendo las “medidas de prevención” entre la población, pensando más como activistas, (más bien agitadores, hay que decir), que como investigadores. Lo esencial de su labor era, en palabras de un oficial del CDC,“persuadir a la población para que viera el sida como un problema infeccioso”.

 

Creación y financiación de grupos y asociaciones por el CDC

 

Pero había un problema que limitaba la influencia del CDC en la opinión pública y es que estos mensajes estaban asociados siempre a las siglas del CDC, por lo que este organismo decidió aumentar su influencia en el público de modo indirecto, es decir, por medio de otras organizaciones. Es así como se destinaron diez millones de dólares a los gobiernos de los estados para ser distribuidos en las nuevas sedes locales creadas para el control del VIH.
El dinero iba acompañado de las correspondientes instrucciones según las
directrices del CDC.

El CDC, reconociendo la influencia de ciertas organizaciones de base y asociaciones privadas en sus respectivos ámbitos, estableció vínculos con ellas solapadamente a través de subvenciones. Comenzó con la importante USCM, la cual se vió beneficiada con fondos crecientes que servirían para ayudar a grupos ya existentes contra el sida o para la creación de otros nuevos. Según Duesberg, a principios de los 90, unos 300 grupos habían sido creados, directa o indirectamente, por el CDC. Apretar el botón en la sede local del CDC en Atlanta o Georgia suponía la actuación al unísono de toda una amplia gama de asociaciones privadas y de grupos de “activistas” del sida. A cualquiera le daría la impresión de ser algo completamente espontáneo. La mayoría de estos grupos de activistas contra el sida eran grupos de homosexuales, a través de los cuales el CDC llegó a influir por completo en la comunidad homosexual norteamericana.

Mientras financiaba la creación de estos grupos de activistas, el CDC dirigió su dinero e influencia a otros grupos cívicos con influencia en otros sectores de la sociedad. Decenas de millones de dólares se destinaron a la Cruz Roja Americana, dentro de un acuerdo de cooperación que dió al CDC un inmenso control sobre esta institución. A su vez, la rama americana de la Cruz Roja presionaría a la Cruz Roja Internacional y a la Media Luna Roja, con el fin de difundir la doctrina del VIH/Sida en todo el mundo.

La influencia del CDC se extendió, a golpe de talonario, a un sinfín de asociaciones, desde asociaciones de maestros, empleados municipales, asociaciones en defensa de las minorías,..hasta grupos religiosos.
También formó una asociación con la Asocación Americana de Personas con Sida, grupo que patrocinaría una reunión anual de todo tipo de grupos de activistas del sida.

 

El papel de ciertas compañías farmacéuticas

 

Otra fuente muy importante de fondos para la guerra del Sida fue Burroughs Wellcome, la compañía fabricante del AZT, la cual se sumó a estos esfuerzos en 1987, una vez que esta droga fue aprobada para su empleo en
los enfermos de sida y como un modo de proteger sus intereses. La compañía Wellcome ha suministrado dinero a la mayoría de las organizaciones y grupos de los EE UU relacionados con el sida, unas dieciséis mil según Duesberg, desde las asociaciones que sostienen la investigación hasta los grupos más radicales, con fama de feroz independencia, como el grupo ACT UP. Muchas de ellas, con fama de radicales, fueron calmando sus críticas a medida que el dinero empezaba a llegarles.

En el lugar más destacado del stablishment del sida se situaba la American Foundation for AIDS Research (AmFAR) o Fundación Americana par la Investigación del Sida. Fundada en 1985 por Michael Gottlieb, el médico que describió los primeros cinco casos de sida y Mathilde Krim, una investigadora que participó en la guera del cáncer y que ahora desempeñaba, como otros muchos cientificos de aquella guerra, un papael destacado en la guerra del sida. La AmFAR alcanzó notoriedad gracias a sus conexiones con Hollywood, sirva de ejemplo el caso de Elisabeth Taylor y Bárbara Streisand, las cuales sirvieron de reclamo a la hora de difundir el mensaje del sida y de organizar campañas de recogida de fondos. Burroughs Wellcome contribuyó con la suma de un millón de dólares en 1992, así como contribuyó con grandes donaciones la Fundación Bristol-Myers- Squibb, ligada a la compañía farmacéutica del mismo nombre y fabricante del Ddi (Videx).

 

El papel de ciertos grupos de activistas homosexuales

 

Dentro de los grupos más radicales del activismo del sida en los EE UU se encontraba Project Inform de San Francisco y el ya citado antes y muy conocido, ACT UP. Project Inform fue fundado por el activista Martin Delaney, quien empezó criticando el uso del AZT en el sida. Martin Delaney había escrito un libro, “Estrategias para la supervivencia”, en colaboración con otro autor, donde advertía a los hombres gays de los desastrosos efectos de los “poppers”, así como de la cocaína, heroína y anfetaminas, (de elevado consumo en aquella época), recalcando los efectos inmunodepresores de estas drogas. La donación de 150.000 dólares por parte de la compañía Wellcome y otros 200.000 por parte de Bristol-Myers-Squibb, cambió radicalmente el modo de pensar de Delaney, al extremo de convertirse en un feroz crítico de la postura de Duesberg en periódicos y revistas.

Otro tanto aconteció con Larry Kramer, conocido activista de los derechos de los homosexuales americanos, el cual pasó de tener una postura muy crítica con el estamento oficial del sida, (en un principio ni siquiera reconocía la existencia del sida), a difundir las consignas del CDC en cuanto a prevención y tratamiento, AZT incluído. Kramer había fundado en 1982 el Gay Men´s Health Crisis, GMHC, pues bien, un exdirector ejecutivo de este grupo reconocíó al escritor John Lauritsen que el grupo había recibido fondos de la compañía Wellcome, si bien evitó decir la cantidad. Kramer fundaría otro grupo más radical en 1987, ACT UP, grupo que se encargaría de presionar a la FDA, el organismo encargado de la aprobación de drogas y alimentos en los EE UU, para que se aprobaran más fármacos contra el sida. La compañía Wellcome desarrolló estrechas relaciones con el grupo, el cual fue promocionado para asistir asiduamente a las conferencias internacionales sobre el sida, (esas macroconferencias, auténticos festivales de las empresas farmacéuticas, que se vienen celebrando cada dos años). En la Novena Conferencia Internacional, celebrada en Berlín en 1993, unos 300 miembros de ACT UP viajaron y se alojaron en hoteles con piscina, con los gastos cubiertos por la compañía Wellcome, así mismo un representante de ACT UP de Londres reconocíó que su grupo había recibido 50.000 libras de la firma.

La Novena Conferencia de Berlín fue pródiga en cuanto amenazas e intimidaciones que llegaron a la agresión fisica, protagonizadas por miembros de ACT UP, el propio servicio de orden de la conferencia y el mismo Martin Delaney, contra un pequeño grupo de disidentes, periodistas y participantes críticos. El propio Robert Gallo sorprendió a propios y extraños cuando, para hacer frente a las incómodas preguntas de los periodistas echó mano nada menos que de sus guardaespaldas. “¿Desde cuándo un científico acude a los congresos rodeado de guardaespaldas?”, se preguntaría más tarde Joan Shenton, directora de Meditel, una productora independiente de televisión que ha ganado importantes premios por sus trabajos sobre el sida en el Reino Unido.

 

Los medios de comunicación

 

Los medios de comunicación han sido desde el principio otro de los grandes objetivos del CDC en la guerra del sida. Para hacerse con su control el CDC fundó grupos como la National Association of Broadcasters, la principal asociación dentro de los profesionales de la radio y tv de los EE UU, con unas 6000 emisoras de radio y televisión. Muchos políticos y periodistas, cuando no consultan sobre el sida al CDC lo hacen a estas asociaciones, pensando ingenuamente son independientes.

Mediante estos métodos irregulares, el CDC se ha asegurado unos medios de comunicación dóciles y sin capacidad crítica, lo que le ha servido para promover el miedo al sida entre la población. De este modo, al CDC le fue factible ir alargando periódicamente el supuesto “período de latencia” del virus, (tiempo que está sin producir la enfermedad), desde 10 meses al principio, dos años después, luego 5 años, luego 10 y finalmente 20 ó 30 años. Del mismo modo, el CDC ha conseguido crear la ilusión del aumento de casos de sida mediante el procedimiento de redefinir periódicamente el sida, es decir, incluyendo periódicamente nuevas enfermedades dentro de la definición de sida, de esa forma, al ir ampliando la definición de sida con la inclusión de nuevas enfermedades, aumentan automáticamente los casos de sida. En circunstancias normales, unos medios de comunicación mínimamente críticos habrían hecho preguntas.

La censura directa, tanto en los medios de comunicación como en las publicaciones científicas, es otro de los aspectos analizados ampliamente por Duesberg en Inventing the AIDS virus, un libro que debiera ser de obligada consulta para todo aquel, profano o académico, que quiera documentarse un mínimo en el tema del sida.

Cada vez que en estos últimos 15-20 años ha surgido algún dato o cuestión que ponía en duda la visión oficial del virus del sida, el stablishment del sida ha desplegado todo tipo de medios para ahogar el debate científico, de ahí que sea tremendamente difícil que versiones científicas críticas sobre el sida lleguen al público. A pesar de todo, como ha sido reconocido por los propios expertos oficiales, la llamada disidencia del sida no deja de crecer.

El mismo fenómeno de “institucionalización del VIH” que se dio en los EE UU (donde sólo falta el “Ministerio para el VIH”), se reprodujo fielmente en el resto de los países: comisiones nacionales, fundaciones privadas, grupos antisida subvencionados tanto con fondos públicos como privados,…La guerra contra el sida ha creado una multitud de semi-funcionarillos que, bajo la apariencia de activismo espontáneo y defensa de los derechos de los “infectados”, repiten las consignas oficiales y actúan de acuerdo a los intereses de las farmacéuticas y no de los colectivos que dicen defender. Un ejemplo de los extremos hasta dónde llega ese activismo lo refirió Michael Callen, un superviviente de sida de 12 años, que se esforzó por infundir esperanza a los enfermos de sida, encontrándose con la inesperada oposición de estos activistas a su mensaje de esperanza. La razón aducida era que, si se decía que el sida no era fatal, dificultaría la consecución de más fondos gubernamentales para luchar contra el sida. Al mismo tiempo se puede argumentar que la falaz afirmación de que el sida es fatal, facilita el empleo de unos caros y tóxicos fármacos que de otro modo nadie tomaría.

Otro ejemplo de manipulación del miedo de la población ocurrió en 1993, cuando un importante artículo científico concluyó que el sida no se estaba expandiendo en la población general y permanecía confinado, en su mayoría, en los mismos grupos de riesgo que al principio. A pesar de que era una evidencia que los propios oficiales del CDC no podían negar, David Rogers, vicepresidente de la Comisión Nacional del Sida, denunció el artículo porque, (textualmente), “inducía a los norteamericanos a no tener miedo”. Pero lo cierto es que, según se desprende de los propios datos oficiales y a pesar de los mensajes que hablan de la expansión de la epidemia entre los heterosexuales, el sida ha permanecido confinado, al menos en sus tres cuartas partes, en los mismos grupos de riesgo que al principio de la llamada epidemia. El mismo Lluc Montagnier admitió abiertamente hace unos años, en unas declaraciones hechas al periodista francés Djamel Tahi contenidas en el video “Sida, la duda”, que “no ha habido una cadena de transmisión que se haya establecido. Luego no hay transmisión heterosexual importante y pienso que no la habrá” y en el
mismo sentido se pronunció en el verano de 2008 el director de ONUSIDA.

 

Desde hace más 25 años, todo dato, observación o estudio científico que no encaja con el dogma oficial del sida infeccioso es hábilmente silenciado, tergiversado o censurado rápidamente, con la excusa de ser un mensaje “peligroso para la población”. Así sucedió cuando empezaron a aparecer casos de sarcoma de Kaposi seronegativos o cuando empezaron a surgir evidencias de “sida sin VIH”, así como otros importantes eventos, como el juicio de Gottingen, que echan por tierra la visión oficial del sida. Una de las mejores estrategias del stablishment del sida, vista su incapacidad para defenderse con argumentos en debates libres y abiertos, es, además de la censura y las presiones bajo cuerda, el silencio.

Manuel Garrido Sotelo, para Superando el Sida

Santiago 24 de febrero de 2010

(1) Las caóticas consecuencias del mito de la transmisión del sida”,

Dr. Roberto Giraldo, Barcelona, julio 2002, vídeo disponible en la AMC, www.amcmh.org

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EL CENTRO DEL CONTROL DE ENFERMEDADES

El Center for Desease Control, o Centro de Control de Enfermedad, más conocido por sus iniciales, CDC, con sede en Atlanta, es una impresionante organización en la que trabajan más de cuatro mil especialistas. Cuenta con epidemiólogos, microbiólogos, físicos, biólogos, químicos, toxicólogos, médicos, agentes de salud pública, farmacéuticos, veterinarios, etc., cuyo campo de acción cubre muchos terrenos, desde la prevención de accidentes de trabajo, riesgos ambientales, la seguridad de los juguetes, problemas derivados de los alimentos, del tabaco,…y sobre todo, lo relacionado con la vigilancia y el control de las enfermedades infecciosas, tanto nacionales como internacionales.

Es precisamente en el campo de la vigilancia y control de las enfermedades infecciosas donde más notoriedad ha alcanzado. Su laboratorio recibe cada año cerca de 200.000 muestras de sangre y órganos contaminados de enfermedades todavía por conocer, procedentes no sólo de EE UU sino del mundo entero. Cuenta con enormes bancos de sueros y tejidos que contienen más de 250.000 muestras de enfermedades catalogadas.

Este organismo nació en la Segunda Guerra Mundial, en 1942, bajo el nombre de Oficina de Control del Paludismo en Zonas de Guerra. Tenía su base en Atlanta, Georgia, donde la malaria, endémica en el Sur de los EE UU, constituía una amenaza para los numerosos campos de entrenamiento militares instalados en la región. Su campo de acción se ampliaría a otras enfermedades y así, en 1946, pasa a llamarse Centro de Enfermedades Transmisibles, (CET), dotándosele con una gran infraestructura y medios.

En el año 1951 se crea, dentro del CET, el Servicio de Inteligencia de Epidemias, EIS, con una fuerza de choque formada por un centenar de jóvenes médicos de primera u otras profesiones relacionadas con la salud o la biología, (veterinarios, farmacéuticos, biólogos,…). Recién graduados en las respectivas facultades, son reclutados y sometidos a una formación intensiva durante dos años, pagada por los CDC, en los diversos departamentos de sanidad locales y estatales. Su misión es convertirse en los ojos y oídos del CDC, una red de inteligencia invisible que observa los menores núcleos de enfermedad y cuando al CDC le parece oportuno, los convierte en emergencias nacionales.

Los detectives del EIS están disponibles día y noche, dispuestos a acudir a cualquier sitio del país o fuera de él, donde aparezca una nueva epidemia.

Bryan Ellison, que dedicó en febrero de 1994 un artículo en Rethinking AIDS a la historia y manejos de EIS, cifra en más de dos mil los agentes salidos del semisecreto -ahora prácticamente secreto, según él- organismo. La inmensa mayoría de estos agentes mantiene en secreto su vinculación a este servicio de inteligencia, mientras ocupan puestos de influencia en la sociedad y en la administración pública. Se les puede encontrar desde en las universidades u oficinas locales y estatales del CDC hasta en las compañías farmacéuticas, fundaciones privadas, redacciones de medios de comunicación o en la misma OMS, (Organización Mundial de la Salud).

En todos estos lugares los agentes del EIS no actúan sólo como espías del CDC, sino que lo hacen también como falsos partidarios “espontáneos” de los planes del CDC.

El CDC fue bautizado con su nombre actual en 1980 y jugará un papel crucial en la gestación y mantenimiento del mito del sida infeccioso.

La historia del CDC conoció, junto a éxitos indudables, estrepitosos fracasos. Aquel mismo año, convencidos de que estaba a punto de estallar una epidemia mortal de gripe porcina transmisible al hombre, hicieron vacunar a 50 millones de americanos. Pues bien, no sólo no se presentó la temida epidemia, sino que cientos de personas tuvieron complicaciones por las vacunas en forma de parálisis y otros procesos, lo que dio lugar a un sonoro escándalo político y al cese del director del CDC. El estado tuvo que pagar más de cien millones de dólares en concepto de indemnizaciones.

LOS PRIMEROS CASOS

Las apremiantes súplicas del doctor Gottlieb, quien se había fijado en cinco casos de neumonía por neumocistis carini en cinco jóvenes homosexuales, en la Clínica Universitaria de Los Angeles, hicieron que el boletín semanal del CDC, (Informe Semanal de Morbilidad y Mortalidad), los publicara. Así, en junio de 1981, bajo el título de “Casos de neumocistosis”, aparecieron 46 líneas dedicadas al tema. Estos casos están considerados como los primeros casos documentados de la historia del sida. En el informe del CDC se decía que cinco jóvenes homosexuales, que no se conocían entre sí, que tenían un grave historial de enfermedades sexualmente transmisibles e inhalaban sustancias tóxicas, (aquí sí se hacían constar esos importantes antecedentes médicos), habían desarrollado una rara enfermedad, que sólo había sido vista anteriormente en casos de personas privadas de defensas inmunitarias, (enfermos gravemente desnutridos, o tras recibir quimioterapia o radioterapia contra el cáncer, ..). Gottlieb precisaba de entrada que este mal era muy grave, puesto que dos de los enfermos habían fallecido.

En aquella primavera de 1981 se iba a producir en el CDC otra llamada, procedente de la otra punta del país, alertando de la aparición de otra rara enfermedad en jóvenes homosexuales. Se trataba de un jefe de servicio de la Facultad de Medicina de la N. York University, el Dr. Alvin E. Friedman-Klein, el cual alertaba de la aparición de otra enfermedad poco frecuente, el sarcoma de Kaposi. Esa enfermedad no tenía ninguna semejanza con la encontrada en Los Angeles, salvo en una cosa: atacaba también a jóvenes homosexuales cuyo sistema inmune parecía estar fallando. En realidad hoy sabemos que esta especie de proliferación de células endoteliales –las que recubren el interior de los vasos sanguíneos- no necesita de la existencia de ninguna inmunodeficiencia para presentarse, puesto que se ve a menudo en personas cuyo recuento de CD4 es de 700, 900 ó más de 1000. El mismo CDC admitiría años más tarde que el sarcoma de Kaposi, el cual llegó a ser considerado como una de las enfermedades más emblemáticas del sida, podía no ser causado por el virus VIH, de hecho es sabido que existen cuando menos docenas de casos donde el test es negativo.

LOS ASTUTOS EPIDEMIÓLOGOS DEL CDC Y SU MODO DE ACTUAR

Alertado con estos sucesos, el doctor Jim Curran, director del Departamento de Enfermedades Venéreas del CDC, se pondría a trabajar. En lo primero que piensa Curran, naturalmente, es en la presencia de un virus sexualmente transmisible, como en el caso de la epidemia de hepatitis B.

En julio de 1981 se reúne al completo todo el estado mayor del CDC para decidir la creación de una fuerza especial de intervención, que será dirigida por el doctor Curran. Había que conocer, para actuar eficazmente, todos los parámetros de la enfermedad que iban a combatir, según los elementales preceptos de la Epidemiología, la ciencia de las epidemias, (que luego, como podremos comprobar, se saltarían a la torera).

Utilizarían la técnica epidemiológica conocida como “estudio comparativo del caso”, la cual permite comparar un gran número de enfermos con un gran número de sanos, para descubrir las diferencias entre ambos. El instrumento empleado sería un extenso cuestionario de decenas de páginas. Ahora bien, tenían que saber por dónde empezar, para elaborar el cuestionario era preciso saber un mínimo sobre las víctimas de estas enfermedades, hablar con ellas, saber un poco de su modo de vida,… Para ello, una decena de miembros del CDC se desplazaron a los puntos calientes donde estas enfermedades estaban afectando más, Los Angeles, San Francisco, N. York y Miami.

Visto por encima la mayoría de las víctimas eran personas que les preocupaba su alimentación, muchas hacían incluso deporte, la mayoría eran gente acomodada y muy jóvenes. Sorprendió a los enviados de Atlanta el grado de promiscuidad sexual, habían tenido centenares de compañeros y algunos incluso millares.

Las conversaciones confirmaron que hacían un uso masivo de diversas sustancias tóxicas, especialmente “poppers”. Esos “poppers” – comentaría Harold Jaffe, uno de los detectives enviados por el CDC, que más tarde ocuparía un lugar destacado en el “stablishment” investigador del sida- no solamente dilataban los vasos del pene y de la mucosa anal, sino que además, al disminuir la presión arterial, procuraban una sensación de euforia que prolongaba el orgasmo.
Jaffe visitó una de las “baths houses”, locales frecuentados por los homosexuales que se pusieron muy de moda en aquella época, también llamados “hots houses” y se llevó, de muestra, varias ampollas que llevaban las siglas de Burroughs Wellcome, (como todos saben, la misma compañía fabricante años más tarde del AZT), que era el laboratorio que fabricaba el producto. Jaffe se llevó también tres frascos de “Disco Roma”, el más solicitado de los “poppers”.
Al mismo tiempo, el doctor Curran mandó investigar todas las solicitudes de Pentamidina, uno de los pocos fármacos eficaces contra la neumocistosis, que habían sido hechas desde 1979 a 1981, al Servicio Farmacológico de Enfermedades Parasitarias, que era prácticamente el único lugar que lo proporcionaba en los EE UU, al ser un fármaco de existencias limitadas debido a su escaso uso.
Hizo que se estudiasen los archivos de Salud Pública de las grandes ciudades para catalogar todos los casos de este tipo de neumonías y de sarcomas identificados en los tres años anteriores. Se entrevistó también con los responsables de los 30 mayores hospitales de los EE UU en conversaciones telefónicas, así como con un gran número de médicos privados para que ninguno de estos casos escapara a su conocimiento.
En una palabra, toda la maquinaria del CDC se había puesto, de repente, a funcionar.

EL PROTOCOLO 577

La tarea inmediata del CDC se centraría en la elaboración de unos detallados y extensos cuestionarios que servirían para la realización de la encuesta epidemiológica, con vistas a descartar factores y centrarse en aquellos que más relación parecían tener con la presencia de aquellas enfermedades.

“Era el cuestionario más detallado, más imaginativo y más audaz que los cerebros de la joven ciencia de la epidemiología habían concebido nunca”, dice Lapierre refiriéndose a las más de 500 preguntas que llenaban nada menos que 23 páginas y que se llamaría en clave “CDC Protocolo 577”.

Ese cuestionario se elaboró tomando como base la experiencia adquirida durante las encuestas hechas sobre las enfermedades venéreas, las hepatitis A y B y otras enfermedades infecciosas, al cual se incorporaron datos obtenidos de un estudio, realizado cuatro años antes por dos investigadores gays, sobre los comportamientos sexuales y los usos y costumbres de unos quinientos homosexuales norteamericanos.

El dossier preparatorio fue completado con el inventario de todos los casos de neumocistosis y de Kaposi detectados en los EE UU en aquel comienzo de otoño, con su descripción lo más completa posible, que sumaban en total unos 40 casos.

Parece ser, según dice Lapierre en su libro, que Jim Curran también había recabado los conocimientos del doctor William Darrow, el especialista del CDC en el estudio sociológico de los grupos sexualmente arriesgados. Este profesor contaba con 20 años de experiencia en el estudio de las costumbres de aquellos que se veían aquejados de episodios de sífilis, blenorragia y otros problemas venéreos. “Para mí –afirmaría el profesor Darrow- no cabía la menor duda, esta siniestra epidemia era, evidentemente, transmitida por vía sexual”.

De lo descrito hasta ahora ya deducimos cómo respiraban en el CDC en cuanto al posible origen del asunto y, como vamos a ver, esa predisposición hacia la causa infecciosa iba a influir en la elaboración del cuestionario y lógicamente en la interpretación y conclusiones.

Vayamos al cuestionario, el famoso “Protocolo 577”, el cual incluía en efecto preguntas de todo tipo, nada parecía escapar a los astutos epidemiólogos del CDC, hasta el mínimo detalle sobre las costumbres de esas personas era registrado. Se preguntaba por los ingresos, ocupaciones, hábitos de consumo, alcohol, tabaco, (cantidad, tipo, marcas), antecedentes familiares, personales, naturaleza de los medicamentos consumidos en los diez últimos años, animales domésticos y causa del fallecimiento de estos, sólo faltaba registrar la marca de calzoncillos que usaban.

Informados de que su enfermedad actual podía tener que ver con el consumo de estupefacientes, se les pedía informaran del tipo de sustancia, de las fechas y de la forma en que eran usadas, si era inhalada, inyectada o vía oral. Se insistía en el tema de los “poppers”, tan apreciados por los gays por sus virtudes “sexualmente estimulantes”, se indagaba sobre su frecuencia, lugar de uso, marca, origen de fabricación,..

“Pero nobleza obliga –dice Lapierre- los médicos-detectives del CDC pusieron su mayor atención en todo lo relativo al comportamiento sexual. La parte de la encuesta que trataba de ese tema, el apartado cuarto, que era el más voluminoso, informaba de entrada a los encuestados de que era muy probable que su enfermedad fuera debida a la naturaleza específica de sus relaciones sexuales”.

Pero la nobleza también nos obliga a nosotros a preguntarnos si esa no era una forma descarada de ir predisponiendo y condicionando las respuestas hacia la causa infecciosa venérea. Vamos a saltarnos otros detalles de esa “Operación Protocolo 577” , en la que participaron 50 enfermos, algunos ya en las últimas y alrededor de 200 homosexuales sanos, pero con un comportamiento de gran riesgo. La operación comenzó el 1º de octubre de 1981 y concluyó el 1º de diciembre del mismo año, circunscrita a las ciudades de San Francisco, Los Angeles, N. York y Miami.

LAS BRILLANTES CONCLUSIONES DEL PROTOCOLO 577

“La cosa que más nos sorprendió de entrada – confesó Harol Jaffe- fue comprobar hasta qué punto los individuos afectados habían sido sexualmente mucho más activos que los individuos sanos. Aunque habian consumido mayor cantidad de “popppers”, esto nos pareció finalmente menos importante que el mayor número de intercambios sexuales, (¿Por qué esto, si se puede saber?). Muy pronto tuvimos la certeza de que todo abogaba a favor de una epidemia transmisible por vía sexual.” (Como que no necesitaban ni haber hecho la encuesta).

Parémonos un poco ahora a analizar, siquiera por encima, esta brillante conclusión a la que llegaron los astutos sabuesos médicos-policías del CDC. Tenemos que, según ellos, “la extraña plaga tenía que ser infecciosa o transmisible, por vía sexual, porque según las encuestas, los enfermos habían sido mucho más activos sexualmente que los individuos sanos”.
Pero que la única diferencia significativa entre los sanos y los enfermos consistiese únicamente en “el mayor número de compañeros sexuales o de realaciones sexuales” a favor de los enfermos, es sencillamente y por pura lógica una auténtica majadería y para verlo no hace falta ser un astuto epidemiólogo, basta con tener dos dedos de frente. ¿Por qué? Porque si estas personas tenían un número considerablemente mayor de relaciones sexuales y con personas diferentes, por fuerza tenían que tener también, como consecuencia, una mayor índice de enfermedades sexualmente transmisibles, salvo que usaran condón, lo cual no es el caso porque esta recomendación se introduce más tarde. Y sitenían más enfermedades sexualmente transmisibles, también tenían, por fuerza, que hacer un uso considerablemente mayor de antibióticos para tratarlas.

Tenemos ya dos factores sumamente estresantes de la inmunidad actuando juntos, como son las infecciones venéreas frecuentes y el abuso de antibióticos, pero hay más, ¿De dónde procedía esa líbido desbordada inagotable? ¿Cuál era la fuente de esa gran estimulación sexual? Ya lo hemos dicho, lo vieron también los astutos epidemiólogos del CDC, los “poppers”, un producto que, además de sus propiedades depresoras de la inmunidad, es cancerígeno, por lo que no debería extrañar a nadie la presencia de esta especie de tumor de piel en esos enfermos, así como la presencia de enfermedades que denotaban un colapso del sistema inmune.

Resumiendo, que no hay más ciego que el que no quiere ver, o que aquel a quien no le interesa ver. Estas personas “trabajaron duramente” durante años, combinando toda una serie de factores debilitantes de la inmunidad, (conocidos unos desde antiguo y otros –caso de los poppers- conocidos después) y como consecuencia desarrollaron inmunodefiencias muy severas.

Con respecto al uso de antibióticos, al hecho de que los homosexuales activos hayan figurado siempre entre los mayores consumidores de antibióticos, se añade que en esa época se usaron un tipo de antibióticos que en su mayoría han caído en desuso por sus efectos adversos. Tal es el caso del cloranfenicol, prácticamente retirado hoy en día por su capacidad de producir aplasias medulares, (es decir, disminución de todos los tipos de células sanguíneas, glóbulos rojos, plaquetas y globulos blancos), las sulfamidas y el septrim, productores de leucopenias, (disminución de todos los tipos de glóbulos blancos). Antibióticos como las tetraciclinas, otro antibiótico de amplio espectro prácticamente en desuso, eran usados como “preventivos” cada noche antes de ir a las “baths houses”, incluso en esos locales se podían comprar libremente.

Supongamos que los doctores no supieran de los efectos producidos por el alcohol en el higado y que de repente empezaran a ver pacientes con el hígado deshecho, imaginemos también que quien ve a estos pacientes es un doctor muy especializado en problemas infecciosos, ya tenemos la escena: “Huy, extraña enfermedad”“Es preciso hacer un estudio comparativo del caso”…Conclusión del estudio..”Lo único que hemos visto en las personas que desarrollan estos problemas de hígado, es que van mucho por los bares, por consiguiente tiene que tratarse de un problema infeccioso, contraído en esos lugares, posiblemente por los vasos mál lavados”. En consecuencia, que pueden beber todos los cubalibres que quieran, pero con pajita”.

MÉTODOS CIENTÍFICOS DE VALIDACIÓN OBJETIVA

El caso es que las arbitrarias conclusiones del famoso “Protocolo 577”, (de hecho, eran tan absurdas que ni siquiera convencieron en un primer momento ni al mismísimo doctor Gallo, según este comentó en una entrevista a Lapierre), iban a sentar un inquietante precedente, (que se convertiría en una constante en la llamada “ciencia (?) del Sida”), de cómo supuestos “métodos científicos de validación objetiva” sirven precisamente para todo lo contrario, es decir, para dar validez a lo que no la tiene y para quitársela a aquello que la tiene realmente.

Sería también mediante otro “método científico de validación objetiva”, en este caso un “ensayo clínico controlado”, como se introduciría años más tarde, de contrabando, es decir, como si fuera un fármaco útil y beneficioso, el que en realidad es el fármaco más tóxico que se aprobó jamás para consumo humano a largo plazo, el AZT, fármaco que se sigue administrando en la actualidad, incluso a embarazadas y bebés.

El “Protocolo 577” fue el primer estudio “objetivo” destinado a ir allanando el terreno para que la inmunodeficiencia adquirida, (un problema tan antiguo como la humanidad, de hecho su principal causa a nivel mundial sigue siendo la desnutrición), acabara siendo considerado un problema infeccioso, antes incluso del supuesto descubrimiento del virus causal, algo inaudito e incomprensible, pues para poder hablar de problema infeccioso es indispensable tener el agente causante. Pero aquí no fue así, primero se “decretó” que era infeccioso y luego se buscó el agente. Genial.

Y así, desde aquel momento comenzó una exhaustiva búsqueda de un virus que pudiera ser el causante. Se analizaron y encontraron numerosos candidatos, algunos, como el herpes, el citomegalovirus o el virus de Epstein Barr, presentes en un porcentaje nada despreciable de enfermos. La sífilis incluso era un problema muy extendido, pero ninguno de estos virus o patógenos podía ser considerado por sí sólo responsable del desencadenamiento de la “extraña plaga”.

CONNOTACIONES MORALES Y HOMÓFOBAS

Es por lo cual, a falta de un culpable, los médicos-detectives de Atlanta le inventaron un nombre, GRID, (una denominación un poco “barbara”, según Lapierre), que quería decir, “Déficit Inmunitario Relacionado con Gays”, nombre que se modificó, ante las lógicas protestas del colectivo gay, hacia la primavera de 1982, sustituyéndolo por el actual de Sida.

En los medios sanitarios de los EE UU empezó a denominarse a estas patologías que comenzaban a detectarse con el revelador nombre de “The Wrath of God”, “la cólera de Dios”, más digna de integristas religiosos que de profesionales de la salud que dicen practicar una medicina científica, objetiva, que no juzga ni condena moralmente.

El caso es que un año después de la identificación por el Dr. Gottlieb de los primeros casos de neumocistosis, las víctimas oficiales registradas por el CDC sumaban doscientas dos. La prensa médica líder, como el New Ingland Journal of Medicine, de Boston, y The Lancet, de Londres, empezó a publicar artículos sobre el tema. Pero los grandes centros de investigación biomédica de los EE UU no parecían, en un primer momento, implicarse en el tema, cosa que al final acabarían haciendo, empezando por el Instituto Nacional del Cáncer, NCI, donde trabajaba el doctor Robert Gallo. Pero las andanzas de Gallo quedan para otro artículo.

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Fuentes:

Dominique Lapierre, Más grandes que el amor

Bryan Ellison, Entrevistas con los disidentes, lo que no os han dicho. AMC
Peter Duesberg, Inventing the AIDS virus, Regnery Pub. Co.

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La construcción del mito del SIDA (Segunda Parte) 

El contexto histórico del Nacimiento del Mito del SIDA

Íntimamente relacionado con el tema tratado, con un repaso por las publicaciones de instituciones médicas y sanitarias de aquella época, en especial las del CDC, el artículo que no tiene desperdicio:

Disparates de antología para la historia, ¿Cómo construyó el CDC el mito de la transmisión del sida?

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